Entrevista (imaginaria) a Ryszdar Kapuściński


   Apoyado en la mesa de mi casa, entre dormido, estaba leyendo un texto de filosofía de Ryszdar Kapuściński ti­tulado Los Cínicos No Sirven Para Este Ofi­cio. Sobre el Buen Periodismo. Me interesó mucho el título, ¿a qué se refería el autor con el buen pe­rio­dismo? Terminé con la lectura y comencé a escribir las ideas importantes que consideré que el autor quería transmitir sobre mi fu­tura profesión. Eran las dos de la mañana, no tenía más que un frágil resumen y todavía me faltaba el trabajo final para Inglés.
   Una vez más, persistía en mí esa idea de que, dejar todo para último momento, nunca fue gran op­ción. Decidí salir un poco de tanta lectura y fui a prepararme un café. Ahí, recostado sobre el rincón es­taban las plan­tas que había traído mi tío Luis, desde Misiones, para el jar­dín de casa, con cada una de las indicaciones de­bidas, cómo plantarlas, cómo regarlas, cómo cuidarlas. Además, había un paquete con mi nombre. Me acer­qué, lo tomé y abrí el envoltorio, ¡era un hongo! Pensé, ¿para qué quiero un hongo yo? sobre el envoltorio, pegado con una cinta de papel, un contenido que decía “Octa­vio: Me acordé de vos cuando estaba de viaje, pregunté si había algún yuyo para que puedas relajarte con tanto estudio, me dijeron de este hongo que crece en la bosta de las va­cas, si se toma con precaución, tiene buenas propieda­des de relajación y no es dañino. Probalo y me decís que tal te fue, acá le dicen Cucumelo. Te dejo las in­dicaciones al final de la hoja, no le cuentes a tu vieja, te mando un abrazo. Luis”.
   Las premisas, escritas con birome roja, decían que el Cucumelo mayormente se ingiere hervido como si fuese un té, otra forma es comerlo y hasta podría agre­gársele dulce de leche o mermeladas, para evitar su sabor amargo. Opté por prepararme un té de Cucumelo. Tomé tres gramos, la dosis recomendada para principiantes. Des­pués de unos 15 minutos, vomité y traté de conseguir agua, la heladera parecía ser un obstáculo difícil de atravesar, no lograba alcanzar la manija. De repente, todo se puso blanco, lentamente mi visión iba volviendo a la normalidad, sólo reía y tambaleaba. Y en un mo­mento, escuché el timbre. Me acerqué, abrí la puerta y un hombre medio calvo, de unos 70 años, con una sonrisa enorme y el Ébano en su mano derecha, me dijo:
Buenas noches joven, soy Ryszard Kapuściński y vengo a ayudarlo a comprender mis ideas acerca del texto que usted leyó —comentó mientras entrechaba mi mano —entienda, que el tiempo que tenemos es transitorio por lo que re­comiendo comencemos a la brevedad y no se pregunte por­qué hablamos el mismo idioma porque no es a lo que vine.
   No tenía un espejo delante, pero probablemente mi rostro haya quedado pálido como el de un difunto, es que, efectivamente, estaba delante de una persona muerta. El famoso escritor caminó hacia la mesa y me hizo señas para que me acercara a él. Tomé una birome y una hoja, me acerqué todavía anonadado por la presencia de tal magnífica visita, me senté a su lado y le dije:
—Su visita me sorprende, no lo esperaba, pero aprove­chando la ocasión y su buena predisposición, le formu­laré algunas preguntas.
—No hay ningún problema joven, estoy acá para ayu­darlo -contestó el periodista entrelazando sus dedos.
—Comencemos entonces. Usted visitó muchos países y re­sidió con personas en distintas circunstancia vida, en cuanto a su experiencia, ¿qué sector social es el más perjudicado y cómo podemos ayudarlos desde nuestra pro­fesión?
—Cuando empecé a escribir sobre los países africanos, donde la mayoría de la población vive en la pobreza, me di cuenta de que aquél era el tema al que quería dedi­carme. Escribía también por algunas ra­zones éticas, so­bre todo porque los pobres suelen ser silenciosos. La pobreza sensufre en silencio y no se re­bela. Encontrás si­tuaciones de rebeldía sólo cuando la gente pobre al­berga alguna esperanza, entonces se re­bela porque es­pera mejorar algo. Así que necesita que alguien hable por ellos. Ésta es una de las obligacio­nes morales que tenemos cuando escribimos sobre esta parte infeliz de la familia humana. Porque todos ellos son nuestros her­manos y hermanas. Que no tienen voz —sentenció observán­dome fijamente a los ojos sin desviar su mi­rada, cómo asegurándose de que entendía de lo que es­taba hablando.
¿Podemos pensar en realizar nuestro trabajo sin po­ner­nos en relación con nuestra contemporaneidad?
—¡Es imposible! Nuestro trabajo consiste en investigar y describir el mundo contemporáneo, que está en un cam­bio continuo, profundo, dinámico y revolucionario. La constante profundización en nuestros conocimientos, es un pilar fundamental.
—Pero entonces, ¿en qué lugar cabe la historia para el comunicador social?
—Todo periodista es un historiador, estudiar la histo­ria en el momento mismo de su desarrollo. El perio­dista, o lo que él hace, es investigar, explorar, des­cribir la his­toria en su desarrollo. Tener sabiduría y una in­tuición de historiador, es una cualidad funda­men­tal para todo periodista. Tenemos que introducir a nuestros lectores a la comprensión del aconteci­miento, dicién­dole qué ha sucedido antes, contándole la histo­ria. Esta es otra facultad que podemos añadir al buen perio­dista.
¿De qué herramienta fundamental debemos valernos en nuestra profesión?
—La relación con los seres humanos es un elemento im­prescindible. Es indispensable tener nociones de psico­logía, hay que saber cómo dirigirse a los demás, cómo tratar con ellos y comprenderlos. Por otro lado, creo que para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias. Me­diante la empatía, se puede comprender el carácter del propio interlocutor y compartir de forma natural y sin­cera el destino y los problemas de los demás.
—¿Qué piensa usted del interés de los jóvenes por la comunicación social?
—Estoy contento cuando veo a los jóvenes. Nuestra pro­fesión necesita nuevas fuerzas, nuevos puntos de vista, nuevas imaginaciones, porque en los últimos tiempos ha cambiado de una forma espectacular. El pe­riodismo está atravesando una gran revolución electró­nica. Las nuevas tecnologías facili­tan enormemente nuestro trabajo, pero no ocupan su lu­gar. Nuestra pro­fesión es muy exigente. Todas lo son, pero la nuestra de manera particular. Éste es un trabajo que ocupa toda nuestra vida, no hay otro modo de ejercitarlo. O, al menos, de hacerlo de un modo perfecto. Los jóvenes lle­gan con nuevas fuerzas y se adaptan con mayor rapidez a los cambios.
—Se dice que los periodistas que cuentan con una fron­dosa trayectoria se encuentran en situaciones pro­blemá­ticas con jóvenes comunicadores, ¿qué hay de cierto en ésta idea?
—Cuando algunos colegas de mi generación hablan de sus enemigos, les pregunto qué edad tienen estos enemi­gos. Generalmente, son los jóvenes responden. Siempre les aconsejo que se esfuercen por encontrar una forma de comprenderlos, de mediar y de conectar con ellos. En efecto, los jóvenes, por definición, están destinados a vencer. ¿Por qué? Pues por la sencilla razón de que son más jóvenes, y por eso mismo pertenecen a una época y una civilización en las que quien es más viejo, es ya incapaz de seguir su estela. Mi sugerencia es, por tanto, la de no olvidarlo y, en lugar de combatirlos ciegamente y sin hacer ningún esfuerzo por ver las co­sas desde su perspectiva, intentar antes que nada una solución. No hay otra vía. Vencerán, de todos modos; aunque sólo sea porque, cuando estemos muertos y ente­rrados, ellos seguirán aquí.
—¿Cuál es el rédito económico que obtiene alguien      que empieza a ejercer nuestra profesión?
Te puedo decir que no se puede considerar como un me­dio para hacerse rico. Para eso ya hay otras profe­sio­nes que permiten ganar mucho más y más rápidamente. Al empe­zar, el periodismo no da muchos frutos. De hecho, casi todos los periodistas principiantes son gente po­bre y du­rante bastantes años no gozan de una situación económica muy dichosa. En general, los perio­distas se dividen en dos grandes categorías, los  sier­vos de la gleba y los di­rectores. Estos últimos son nuestros pa­tronos, los que dictan las reglas. Hoy, no es necesario ser periodista para estar al frente de los medios de co­municación. En efecto, la mayoría de los directores y de los presidentes de las grandes ca­beceras y de los grandes grupos de comunica­ción no son, en modo alguno, periodis­tas. Para estas personas, vivir la vida de la gente corriente no es impor­tante ni necesario; su posición no está basada en la experiencia del perio­dista, sino en la de una má­quina de hacer dinero.
—Interesante planteo, ¿qué otro problema considera que tenemos que aprender a tratar para hacer más efi­ciente nuestra profesión?
-¡Hay tantos! dejame pensar un segundo— afirmó tocando su calva cabeza, luego continuó -Otro problema claro es que cada uno de nosotros ve la historia y el mundo de forma dis­tinta. Si cada uno de nosotros fuera a un lugar donde está su­ce­diendo algo y quisiera describirlo, obtendría­mos ver­sio­nes completamente diferentes de esos aconte­cimien­tos, cada uno lo contaría a su manera. Entonces yo te pre­gunto, ¿a quién le creés? Entrevistando a per­sonas dis­tintas, tendremos relatos distintos de un mismo hecho. Entonces en este caso cada uno entra en acción, la selec­ción de lo que vas escribir está com­pletamente reservada a tu intuición, al talento y a los principios éticos.
¡Qué grande es este hombre! pensé, ¿cuántas historias habrá escuchado? Miré sus ojos, en ellos se vislumbraba el dolor, por las cosas que le tocó vivir, y por su be­lla África imaginé. Sin embargo, este hombre sonríe, y está acá conmigo, explicándome cómo es para él, el oficio de ser un comunicador social. Me levanté de la mesa y serví otro té de Cucumelo, le ofrecí al maestro pero no aceptó. Luego de una dosis de otros tres gra­mos, tiré el resto del hongo a la basura, para eliminar la evidencia por si mi madre llegaba. Regresé a la mesa con Kapuściński y le dije:
—¿Qué otro atributo le añadiría a su comunicador ideal?
—Creo que sería el lograr ser lo más independiente posible, aunque la vida está muy lejos de ser ideal. El periodista se ve sometido a muchas y dis­tintas presiones para que escriba lo que su jefe quiere que escriba. Nuestra profesión es una lucha constante, entre nuestro propio sueño, nuestra voluntad de ser completamente independientes, y las situaciones reales en que nos encontramos, que nos obligan a ser, en cam­bio, dependientes de los intereses y expectativas de nuestros editores.
   En muchos casos, especialmente los jóvenes como vos, deben afrontar muchos compromisos y usar diversas tác­ticas para evitar el choque directo, y así ir tirando. Pero no siempre es posible, y éste es el motivo por el que se dan tantos casos de persecución. Así que podría contestarte que mi comunicador ideal debe ser indepen­diente, lo más que pueda.
—En el título de su obra hace referencia a que los cí­nicos no pueden ejercer el periodismo, ¿podría expli­car ésta afirmación?
—Temía que no me preguntaras eso— contestó con una sonrisa cómplice y continuónuestra profesión no puede ser ejercida correctamente por nadie que sea un cínico. Una cosa es ser escépticos, realistas, prudentes. Esto es absolutamente necesario, de otro modo, no se podría hacer periodismo. Algo muy distinto es ser cínicos, una actitud incompatible con la profesión de periodista. El cinismo es una actitud inhumana, que nos aleja automá­ticamente de nuestro oficio, al menos si uno lo concibe de una forma seria.
Como sabés, cada año, más de 100 periodistas son ase­sinados y varios centenares más son encarcelados o tor­turados. En distintas partes del mundo se trata de una profesión muy peligrosa. Quien decide hacer este tra­bajo y está dispuesto a dejarse la piel en ello, con riesgo y sufrimiento, no puede ser un cínico.
¿Qué cree que intenta alcanzar el, vamos a llamarlo, buen periodismo?
—El verdadero periodismo es intencional, a saber, aquel que se fija un objetivo y que intenta provocar algún tipo de cambio. No hay otro periodismo posible. Si leés los escritos de los mejores periodistas, las obras de Mark Twain, de Ernest Hemingway, de Gabriel García Már­quez, comprobás que se trata siempre de pe­riodismo in­tencional. Están luchando por algo. Narran para alcan­zar, para obtener algo, ese algo hace refe­rencia a un cambio.
—En este país se escucha a menudo a figuras de la po­lí­tica que hablan acerca de que tal medio miente o que omite hablar de ciertos temas, ¿alguna mención a ello?
—En la radio y en la televisión no es necesario men­tir. Simplemente uno puede limitarse a no decir la ver­dad. La ma­yor parte de los espectadores de la televisión re­ciben de forma muy pasiva lo que ésta les ofrece. Los patro­nes de los grandes grupos deciden por ellos qué deben pen­sar. Si no hablamos de un acontecimiento, éste, simple­mente, no existe. El problema de las tele­visiones y, en general, de todos los medios de comuni­cación, es que son tan grandes, influyentes e importan­tes que han em­pezado a construir un mundo propio, que tiene poco que ver con la realidad y más bien se en­cuentra del lado de sus in­tereses económicos.
   La entrevista iba viento en popa, miré mi reloj para ver qué hora era, no pude visualizar las agujas ni mu­cho menos entender qué marcaban. Observé nuevamente al fantástico periodista que tenía en frente. Quiero ser como él pensé. De repente se levantó de su silla y me pidió un momento para ir al baño, le indiqué donde es­taba y se marchó por el pasillo. Mientras se alejaba, le grité:
—¡Maestro, dígame otro consejo!
—Sólo debés ser paciente y trabajar mucho. Nuestros lec­tores y oyentes son personas justas, que re­conocen en­seguida la calidad de nuestro trabajo y la asocian con nuestro nombre, saben que de ese nombre van a reci­bir un buen producto –contestó mientras su imagen desaparecía por la poca luz del pasillo.
   Comencé a sentir que mis párpados se caían, el can­sancio era más fuerte que mis ganas de seguir apren­diendo más acerca de Rysdar Kapuściński. De pronto otro mareo, seguido por el tambaleo constante, ya no estaba sentado. Tomé mi abdomen, algo no estaba bien, desde adentro sentía que mil agujas me punzaban, un líquido subió por mi garganta y no pude contenerlo. Caí al suelo y vi que la puerta estaba abierta, es lo último que quedó prendido en mi retina.
   Cuando desperté ya no había periodista y la puerta permanecía cerrada. Sentí una enorme frustración, me volví al cuarto a buscar mis apuntes porque se hacía tarde para ir a clases, interrumpido por algo que cayó desde la estantería de mi habitación, retomé y lo le­vanté, era un libro, el Ébano. Regresé al comedor y sobre la mesada encontré el té de Cucumelo, o lo que quedó de él, a su lado, el texto de Los Cínicos No Sirven Para Este Ofi­cio y una pila de hojas escritas con mi letra, sobre el margen superior tenía un título La construcción del comunica­dor ideal. Kapuściński ya no estaba, pero me dejó un regalo, sus mejores líneas sobre el por qué y por quié­nes debemos in­volucrarnos.


Octavio Alarcón                                      

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